En el año 2004 tuve la oportunidad de publicar en el diario La Tribuna de Albacete un artículo de opinión sobre los cuidados paliativos, que reproduzco íntegramente a continuación.
Hace ya casi veinte años que tuve ocasión de tratar a la Unidad de Cuidados Paliativos, adscrita al Servicio de Oncología Médica del Hospital Miguel Servet de Zaragoza. Pronto me demostraron que su labor, para nada agradable, la realizaban con una profesional y una entrega personal realmente encomiable.
Ayudar a bien morir a enfermos oncológicos terminales no es un trabajo cómodo. Sus asiduas visitas domiciliarias, sus interminables intercambios de opinión y asesoramiento a los familiares de estos pacientes no se pueden pagar con dinero.
Todavía es más meritoria esta labor cuando nos damos cuenta que los éxitos de su trabajo son escasísimos. A pesar de ello, su constancia, tesón y profesionalidad son ejemplares.
Desde aquí quiero hacer un llamamiento a todo el mundo mundial, que diría Manolito Gafotas, para que no escatimen esfuerzos. Al contrario, una labor tan abnegada, discreta e ingrata debe alimentarse, potenciar y apoyar de forma incondicional por de todas las Administraciones Públicas y entidades privadas.
¿Qué pasaría si estas Unidades no existieran? Muchos pacientes oncológicos acabarían sus días en una triste cama de cualquier hospital sin poder disfrutar del cariño de los suyos, del calor de su hogar en los últimos momentos. Y eso ni es justo ni es humano.
El arte de ayudar a bien morir no tiene precio. Y hoy, que tanto se nos llena la boca de derechos y libertades, y pocas obligaciones, ha llegado el momento de reconocer el trabajo meritorio de un puñado de profesionales que tienen una agria y durísima labor. Ayudar a morir en paz a aquellas personas que la mal nacida y cruel enfermedad oncológica se ceba en ellos. Y lo más importante, hacer comprender a los más próximos que ese “tránsito” es algo natural y cotidiano. Más aún, si se logra que se realice en paz y sin dolor. Todo un mérito.
La doctora Kübler-Ross, una autoridad mundial en materia de tanatología manifiesta en uno de sus amenos libros que morir es trasladarse a una casa más bella, se trata sencillamente de abandonar el cuerpo físico como la mariposa abandona su capullo de seda…
Eso, que a simple vista nos parece sencillo y lógico, no lo es tanto cuando quien va iniciar ese tránsito es un ser querido, y menos aún si la guadaña del cáncer le domina. Para eso están estos ángeles de la guarda. Estas unidades de Cuidados Paliativos diseminadas por todo el territorio nacional, como una tupida y verde pradera que, en esos momentos álgidos y difíciles nos ayudan a entender y a enfrentarnos con el reto de la muerte, con la incomprensible desaparición del ser querido.
Dejémonos de estupideces políticas, de dimes y diretes, de enfrentamientos débiles y absurdos por ocupar sillones y comer del pesebre, de estériles y pueriles discusiones de colegio desde variopintos escaños, y pongámonos a trabajar sin descanso. No escatimemos dinero en estas entidades, apoyémosle firmemente, y no olvidemos que precisan más cantidad de recursos a todos los niveles que otroras instituciones que se cobijan a la sombra de mil y una sigla política. Mientras éstas últimas juegan con las personas, aquéllas no escatiman tiempo, esfuerzo y generosidad en salvar vidas. He ahí la gran diferencia.
Arrimemos el hombro, codo con codo, sin fisuras, ni memas distancias… quien sabe si al devenir de los años, un día podemos necesitar de estas unidades y nos encontramos desvalidos y desprotegidos antes de emprender el último y definitivo trayecto de nuestra vida. Seamos sensatos, por favor, y los chismorreos de portería barriobajera dejémoslos aparcados para mejores ocasiones.
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