Desde que estoy viviendo en Gijón, me he enterado del fallecimiento de varias personas –demasiadas- que conocía, y con las que tenía trato, en Zaragoza; lógicamente, con unas más que con otras, pero casualmente, con muchas de ellas teníamos un vínculo en común: el Gobierno de Aragón, por una vinculación o por otra.
Este último año 2020 fue especialmente duro en la pérdida de personas conocidas a causa de la guadaña implacable y cruel de la Covid. Han sido demasiadas las pérdidas, muchas son ya las ausencias. Y siempre me sucede lo mismo. Siempre que hay un “adiós”, irremediablemente hecho la vista atrás, a aquella época de finales de los años ochenta a principio de los dos mil, y recuerdo muchos momentos vividos. Me vienen a la cabeza cientos de recuerdos…
Me ha sucedido con varias personas: con mi amigo Luciano Varea y su querida esposa Ana; con el malogrado Presidente Santiago Lanzuela; con el doctor Fernando Solsona, con la soprano Pilar Torreblanca, con el cantautor Joaquín Carbonell… y hace pocos días con Marta Eizaguirre, una mujer única para manejar la política autonómica entre bambalinas. Y es en estos momentos cuando me doy cuenta de la velocidad a la que pasa la vida, y lo vertiginoso que es el devenir de los días.
Quiero agradecerle a Lisardo de Felipe, uno de los referentes del periodismo aragonés indiscutible e imprescindible, el detalle de transformar sus perfiles sociales en un altavoz de la vida diaria aragonesa, especialmente zaragozana; y a los que estamos lejos, nos va contando el devenir de la más que bilbilenaria Cesaraugusta. Con su agilidad periodística, y su forma de ver el paso de los días, nos va contando la actualidad zaragozana, aragonesa, con maestría, con serenidad y, sobre todo, poniendo en valor lo que él llama “hombres útiles” a Aragón.
Pero esta posición de Lisardo no excluye en absoluto lo que me remueve cada vez que él anuncia que un nuevo ‘hombre útil’ se nos va; especialmente si ese hombre –o mujer- tuvo una vinculación personal o profesional conmigo. No deja de ser un mazazo que, poco a poco, cada vez cuesta más de digerir. Dijo Abraham Lincoln que «al final, no son los años en nuestra vida lo que cuenta, sino la vida en nuestros años». Y es ahora cuando me doy cuenta que, en un plano profesional, aquellos años, en el fondo, tuvieron más ráfagas de luces de que de sombras, aunque las sombras siempre se notan. Me tropecé con gente ilustrada, con personas de las que aprendes cada minuto de tu vida. De los inútiles e ignorantes –que los había por docenas-, ni me acuerdo.
Y, como no, hoy, dos décadas después me acompaña cada minuto de mi vida las enseñanzas, los consejos, la opinión, la palabra y la obra de mi hermano, de mi compañero, de mi amigo del alma: Javier Carnicer, a quien quiero como persona, admiro como profesional y respeto por su fulgurante trayectoria. Javier siempre ha estado, y sigue estando ahí personal y profesionalmente. De igual manera que él sabe que cualquier cosa que necesite de Asturias… o de dónde sea, no habrá minutos en el día, ni día en la semana o en el mes hasta que lo consiga.
Así se van escribiendo los capítulos de la vida, entre la desaparición de los hombres útiles y las mascarillas. Al estilo de Lisardo, desde nuestras propias atalayas. Y antes que Lisardo nos cuente un nuevo chandrío, vamos a disfrutar minuto a minuto, día a día de la vida, y a chipiarnos de todo lo bueno que nos ofrece cada segundo. Tiempo habrá para volver a esbafar una nueva pérdida de un hombre útil por boca de Lisardo.
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