Hay personas que en su ciudad son iconos, emblemas, mitos, que su nombre ya hace por sí mismo que el tráfico rodado se pare, porque son santo y seña. Representan lo mejor de lo mejor en la ciudad. Desde su atalaya personal o profesional hacía el exterior.
Es exactamente lo que le sucedía a Enrique Castro, Quini, en su ‘Gijón del alma’. Fue una autoridad como futbolista, como directivo del Real Sporting, y, sobre todo, como ser humano. Pero su corazón se paró tal día como hoy, en plena calle, hace tres años. Y a todos los gijoneses, de dentro y de fuera, se nos heló el alma. Se nos secaron las venas. Quini era Quini. Era una bandera gijonesa permanente que ondeaba y lucía allí donde estuviera, porque estuviera dónde estuviera e hiciera lo que hiciera, siempre, estaba en sus labios la palabra «Gijón» y su equipo de toda la vida.
Soy privilegiado y afortunado. Tuve oportunidad de tratarlo y hablar con él más allá de los terrenos de juego, y sólo voy a decir que, por encima de todo, era un gran tipo, un extraordinario ser humano; como dicen en Asturias, “un paisano”. Comprometido, solidario, humilde, discreto, sencillo, con una fina ironía que ya tenía poso desde su época de jugador en el Sporting. ‘El Brujo’ a pesar de los miles de vaivenes que la vida le atizó, siempre dibujaba una sonrisa de cariño, de fraternidad, de afecto, de paz.
Y fue en los peores momentos de su vida, cuando la realidad más cruel le atizó sin piedad, como fue la pérdida de su hermano Jesús en la playa cántabra de Pechón, y cuando la maldita enfermedad del cáncer le golpeó, cuando La Mareona y la sociedad gijonesa unieron sus voces al grito de “¡Ahora Quini, Ahora!”. Miles de veces se escuchó aquello en las gradas de El Molinón. Una sola voz. Un solo grito. Un solo deseo. Una única esperanza. Y Quini volvió a ser Quini, ese ser ‘mitico’ que desde el banquillo o desde la tribuna lograba que los guajes en el césped respondieran y pelearan como leones los colores rojiblancos.
Aún recuerdo, con dolor y emoción, el día de su adiós en el estadio hoy llamado El Molinón- Enrique Castro Quini. Las gradas, a reventar de público y de lágrimas. La tribuna reservada para autoridades e invitados estaba a rebosar de toda la sociedad, en especial del mundo del deporte a nivel nacional. No se cabía.
Nombres que, como él, eran símbolos del fútbol estaban allí, con la mandíbula tensa y la mirada triste, viendo cómo El Brujo yacía en el terreno de juego, en su terreno de juego, rodeado de los suyos, de su familia, de sus amigos, de los guajes, de miles de personas, y de otros grandes cómo Montes, Novoa, Maceda, Joaquín, Uría, Echevarría, Juan Eraña, Puente, Cundi, Jiménez, Redondo, Enrique Morán, Ferrero, Eloy Olaya, Ablanedo II, o Ablanedo I.
Pero allí también estaban otros nombres imprescindibles en el club rojiblanco y, por consiguiente , en la vida de ‘El Brujo; nombres como Esteban, David, Andrés, Claudio, Mino, Luis Sierra, Castaño, Lozano, Juan Díaz, Chus Bravo, Pablo Álvarez, Pablo Díaz Stalla, Bango, pasando por Pedro Santa Cecilia, Omar Sampedro, Lozano, Samuel Baños, Marcelino Elena, Emilio Gutiérrez, Roberto Fernández, Juan Muñiz, Adrián Colunga y terminando por otro gran gijonés: Luis Enrique.
El entonces Secretario de Estado del Deporte, José Ramón Lete que acudió al funeral en nombre del Gobierno de España, lo definió así: «La grandeza de las personas se mide no sólo por lo que hacen sino por lo que son y Quini no solamente hizo mucho por el fútbol español sino que además fue una persona extraordinaria».
Y durante el funeral, desde las gradas se escuchó atronadoramente “¡Ahora Quini, Ahora!” coreado por todos los asistentes, que también entonaron el himno del Sporting ondeando sus bufandas antes de que sus excompañeros retiraran el féretro de Quini ante los insistentes aplausos de los aficionados, muchos de ellos visiblemente emocionados. “Se nota, se siente, Quini está presente”, coreó el estadio mientras el coche fúnebre se llevaba del césped los restos mortales de ‘El Brujo’.
Han pasado ya tres años de aquellas emociones, y Quini sigue vivo en Gijón, en Mareo y en los vestuarios de El Molinón, porque su espíritu, su forma de entender la vida y el fútbol no han desaparecido. Siguen muy presentes en la Villa de Jovellanos. Y cada vez son más necesarias y más útiles. Sobre todo, en un Gijón tan convulso y tan atípico como éste. “¡Ahora Quini, Ahora!”… siempre.
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