Cuando mi padre regresó de San Sebastián (allá por los años ochenta y tantos), en la época en que ETA era implacable e inmisericorde, después de sufrir sus secuelas , siempre le escuché lo mismo: «El problema vasco tiene que acabar de una vez porque España no se puede permitir otros mil muertos, aunque la solución no guste a nadie». El tiempo ha acabado dándole la razón. Ha acabado y de una forma que no gusta a nadie, al menos a los demócratas. ETA ha dejado de matar pero sus cachorros siguen cabalgando a sus anchas sin que nadie, especialmente desde algunos escaños del Congreso de los Diputados hagan absolutamente nada por detener este huracán de odio, antipatía y asco a todo lo que no represente al pueblo vasco.
Es una absolutamente vergüenza lo que le ha sucedido a Mikel Iturgaiz, hijo del Presidente del PP Vasco, Carlos Itúrgaiz, cuándo practicaba deporte. Amenzarlo con ‘quemarlo vivo’, entre otros ‘piropos’ se define por si solo. Esta situación, además de merecer la repulsa y condena del total de la sociedad española, no deja de ser una evidencia más de que el problema vasco no ha terminado. Sigue latente. Sigue vivo. El odio se sigue paseando de manera desbocada por las calles del País Vasco sin que nadie le frene. Y esto resulta peligroso, porque nos retrotrae a épocas pasadas que algunas generaciones no vivieron, y otras que sí vivimos, deseamos olvidar.
La democracia consiste en llegar a acuerdos con quien no piensa como tu, a consensuar opiniones diferentes para lograr una sociedad mejor, más justa y libre. Igual que sucedió en los años setenta y muchos, en los albores de la democracia. Pero lo que no es aceptable, lo que no es normal, lo que se sale de toda frontera democrática es que alguien amenace a otra persona con ‘quemarla viva’ porque no piensa con ella. Además de antidemocrático, eso es constitutivo de delito. Estas actitudes no caben en un país civilizado y moderno. No pueden formar parte de una sociedad civilizada, moderna, que apuesta por la investigación, por la ciencia, por el diálogo. Se autoexcluyen, y se marginan por sí solas.
Lo que le ocurrió a Mikel Iturgaiz le ocurrió, décadas pasadas, a cientos y cientos de valientes, que vistiendo o no, de gris, de marron, de azul, de verde, o de cualquier otro color, defendían la libertad y la democracia en todos los rincones del País Vasco. Y esta gesta es una demostración del sentimiento de odio que todavía anida en la sociedad vasca hacía todo lo que no sea vasco o hacia aquel que no piense como ellos.
Pero esto aún es más grave si comprobamos que el Gobierno de España se sustenta en los ‘lideres’ de estos cachorros. Dicho de otro modo, quienes callan y otorgan, porque en el fondo aplauden hasta con las orejas con estas tropelías son los que alimentan la continuidad de Pedro Sánchez y su Gobierno intramuros del Palacio de la Moncloa. Esto no es ético. Tampoco honrado por parte de nadie. Menos aún decente.
Echo de menos un mensaje de condena por parte del Gobierno ante estas amenazas. Al revés ya se hubiera pronunciado, Pablo Casado y el Partido Popular Pero esta política de callarse y ponerse de perfil ante determinadas cuestiones para no enfadar a los compañeros de mesa no es digna de un Presidente y de un Gobierno responsable.
La democracia española necesita un PSOE y un PP fuertes, cohesionados, serios, que se den la mano –y se olviden de las siglas- ante los grandes desafíos nacionales, ya que hay cuestiones que afectan a todos los españoles. Solo se pueden coser desde Génova o desde Ferraz. Pero siempre con unidad política y sin equidistancias absurdas. Se necesita más perspectiva política e institucional. Siempre.
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