Hace muchos años el famoso psiquiatra forense García-Andrade me decía que todo ser humano tiene ‘un límite’, y que si se sobrepasa el individuo es capaz de cometer la atrocidad más grande inimaginable.

Y como él mismo escribió, esto es así porque «el hombre no es una suma psicosomática más cuerpo, sino una integración en cuyos límites lo orgánico y lo psíquico no pueden separarse; por ello, los límites del crimen son imprecisos, como son imprecisos los límites de sexo y del poder, las dos grandes motivaciones de la violencia».
Estas palabras del prestigioso forense vienen muy al hilo tras la terrible noticia a la que nos hemos enfrentado esta semana.
Un niño de dos años había aparecido muerto en la habitación de un hotel de Barcelona. Al parecer asfixiado. Y todo apunta a que el autor de ese crimen execrable fue su propio padre: Martín Ezequiel Álvarez Giaccio, un argentino huido, y actualmente perseguido por los Mossos y por el resto de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Desgraciadamente, mucho se habla últimamente de violencia vicaria. Es obvio que la violencia vicaria es aquella que tiene como objetivo dañar a la mujer a través de sus seres queridos y especialmente de sus hijas e hijos. Pero más allá de esta teoría, cabe otra reflexión más profunda, más seria. ¿Qué les pasa por la cabeza a estos individuos para acabar con la vida de sus hijos sólo con el único fin de hacer daño a sus ex mujeres? Es a la mujer a la que se quiere dañar y el daño se hace a través de terceros. El maltratador sabe que dañar, asesinar a los hijos, es asegurarse de que la mujer no se recuperará nunca, Estamos ante la expresión más extrema de daño que podemos imaginar.

Normalmente antes de ‘ejecutarse’ estas sentencias, siempre suelen existir mensajes de advertencia de los asesinos ‘informando o dando pistas’ de lo qué va a suceder. Y cuando estas amenazas se cumplen, los niños se convierten en indefensas víctimas de esta monstruosa cara de la violencia machista. Y es también en este momento cuando vuelve a fracasar el sistema, otra vez. ¿Qué falla para que los servicios sociales y las Fuerzas de Seguridad del Estado no lleguen antes y neutralicen la situación? Y con esta pregunta no responsabilizo a nadie, simplemente reflexiono en voz alta, porque desde la reflexión y el análisis se puede mejorar el sistema. Es el camino.
La violencia vicaria es una expresión del maltrato de género extremadamente cruel y sádico, en la que la muerte del menor es utilizada como un mero instrumento de tortura y venganza que nada tiene que ver con esos niños. La violencia se ejerce, en estos casos, en su grado extremo sobre los hijos para hacer daño a la madre.
De aquí se deriva otra pregunta importante. ¿Qué hacemos con ellos, tanto desde un punto de vista penal como social? Su medio natural es la prisión. Pero con una condena tajante y contundente. Hay delitos sobre los que la sociedad no debe –ni puede- pasar de puntillas. No caben los paños calientes. Las condenas deben ser ejemplares y ejemplarizantes. Sin anestesia. Pero a la vez, el Estado debe prever los recursos necesarios, no sólo para proteger a las víctimas –las madres y su familia-, que han visto que les han arrebatado su bien más preciado, sino, que debe tener recursos suficientes para que, cuando los individuos queden en libertad en un futuro lejano les resulte materialmente imposible acercarse a sus víctimas.
Carece de sentido que un individuo salga de la cárcel, y al día siguiente se presente en casa de su ex mujer sin que ella pueda hacer nada por evitarlo. Pero también soy consciente, que el Estado no puede prever cincuenta millones de agentes de la Policía Nacional o de la Guardia Civil, para que den protección de forma individualizada a cada uno de los españoles. Pero el Estado debe reaccionar. Tiene mecanismos y capacidad de reacción. No puede quedarse de perfil.

Y tampoco valen ciertos movimientos ni ‘salseos’ que sólo buscan su minuto de gloria, y su fotografía en los medios de comunicación. Mi padre diría que “en toda tierra de garbanzos”, eso solo tiene un nombre: postureo barato.
En este terreno, urge un cambio urgente de la forma de proceder del sistema. Este camino ya no sirve. Las pruebas del fracaso son evidentes. Demasiados Martin Ezequiel sueltos… y lo peor no es eso –que también-. Lo peor es que en este conglomerado, de nuevo, las víctimas, como siempre, son ya demasiadas. Y no nos podemos permitir el lujo de perder más inocentes a manos de descarriados y de lunáticos…