En mayo del año pasado, publiqué en este mismo espacio un artículo dedicado a quien entonces ocupaba la Jefatura de Protocolo de la Casa Real, el asturiano Alfredo Martinez Serrano. Lo títule: «Alfredo, el hombre invisible».
Me refería a él en estos términos: «estamos ante un hombre moderno, ejemplar, transparente, austero, honesto». Pero hoy aún voy a ir más allá. A estos calificativos, añadiría otros dos: ‘el asturiano por el mundo’ por antonomasia, y un excelente profesional del protocolo, del que hay que empaparse de sus palabras y de sus gestos.
A la vuelta de más de un año de aquella publicación, Alfredo Martinez Serrano ha abandonado aquella responsabilidad institucional para ocupar otra de más calibre, si cabe. Es el actual Embajador de España en Canadá. Pero no ha perdido un ápice su doble peregrí; el de asturiano y el de “protocolero”. Están impregnados en sus venas y en su alma. Forman parte de su ADN y lo demuestra en sus palabras, en sus gestos, en su forma de actuar…
Con motivo del Día de Asturias, el Gobierno del Principado de Asturias, le reconoció con la Medalla de Plata. A quienes asistimos al acto institucional en el conocidísimo Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo se nos puso el pelo como escarpias al escuchar su discurso. Unas palabras que no dejaron indiferentes a nadie.
Habló de temas tan elementales, como dialogo, respeto, moderación, escucha atenta, unidad, libertad… Pero pronunció una frase que fue clave y que merece la pena reproducir íntegramente por su calado: «Solo desde la unión y el compromiso diario con lo que importa se construye lo realmente trascendente».
Estas palabras de Alfredo calan como la fina lluvia de Asturias, porque los españoles debemos unirnos a diario en lo importante, como sucedió en la pandemia, para construir aquello que realmente es trascendental para hoy y para mañana. Es ésta la única forma de edificar un gran país, desde el compromiso y la unión de todos los españoles, más allá de ideologías y diferencias políticas.
Esta seña de identidad, esta forma de entender la sociedad española, y este sentido del deber institucional, lo viene aplicando desde siempre. Siendo Jefe de Protocolo de la Casa Real, Alfredo Martinez era ‘el hombre invisible’, porque hacía que todo funcionase cómo tenía que funcionar pero sin dejarse ver. Lograba siempre que toda la maquinaria funcionaria a la perfección sin que él fuese el epicentro de nada. Siempre con un más que elevado sentido de la responsabilidad, la lealtad y el compromiso hacía la Familia Real.
En su hoja de servicios reúne una serie de cualidades, como responsabilidad, lealtad, eficacia, profesionalidad, dedicación, honestidad, y honradez a partes iguales que lo convierten en un hombre de Estado, ocupe el cargo que ocupe.
Ahora, como Embajador de España en Canadá también lo vimos, tomando decisiones en nombre del Gobierno de España codo con codo con las autoridades canadienses, cuando la catástrofe del Villa de Pitanxo en aguas de Terranova.
Y lo volveremos a ver en donde sea necesaria su presencia y su intervención siempre que su deber institucional lo requiera, porque los hombres de Estado no saben actuar de otra manera. No conocen otra norma.
Por éstas y otras muchas razones, la Medalla de Plata de Asturias es un hito más en esta fulgurante carrera de un ‘oventense por el mundo’, que hace de su asturiania su seña de identidad, y como hombre de Estado y ‘protocolero’ convierte en suyos estos sus tatuajes más preciados de su vida y de su caminar diplomático e institucional.
Aquel artículo del año pasado lo terminaba con este párrafo: «Alfredo es una de esas personas insustituibles. Que quieren pasar desapercibidas, pero su forma de ser, de trabajar, de entender la vida y a las personas, las convierten en únicas. Alfredo no sólo es un ‘buen paisano’, sino que ejerce del tal allí donde pone los piel. Un referente. Un lujo. Un privilegio de ser humano con sabor asturiano». Me reitero.
(Fotografía de cabecera: @elcomerciodigit)
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