Acabamos de celebrar el Día Mundial del Cáncer y el Dia Internacional del Cáncer Infantil. Según la propia AECC en Asturias, los casos que se detectaron en Asturias en 2019 superaron los siete mil casos. Si extrapolamos esa cifra al conjunto del país o al de la Unión Europea, de verdad, que los datos que obtengamos producen vértigo. Es evidente que algo está fallando. Algo estamos haciendo mal (o muy mal) en estas sociedades tan modernas y tan desarrolladas para que no seamos capaces de poner barreras a este campo tan cruel y tan destructivo. Se habla mucho de avances científicos, técnicos y médicos para lograr erradicar tan demoledor compañero de viaje. Ciertamente el camino es muy largo aún, sobre todo en una época de recesión, de pérdida de valores y de desbarajuste general.
He escuchado durante mucho tiempo que el Ministerio de Ciencia sirve como trampolín para que los pocos grupos de investigación, y determinadas empresas biotecnológicas accedieran a las suculentas subvenciones para tales menesteres, especialmente a los fondos europeos. Desconozco si esta afirmación es cierta o no, lo que sí es completamente cierto, es que sin investigación no hay vida. Sin vida, no hay futuro.
Volviendo a lo que nos ocupa. Es urgente que se incentiven a nuestros grandes equipos de investigación que se extienden por diferentes puntos de nuestra geografía. De ellos depende nuestro futuro, el de muchos de nosotros, y el de otras muchas personas que tenemos muy próximas.
Por el contrario, si hacemos caso omiso a esta situación, si seguimos mirando a otra parte, y continuamos permitiendo que las grandes empresas farmacéuticas, entre otros potentes colectivos, pongan trabas para lograr este objetivo, caeremos en un grave error cuyas consecuencias políticas, sociales y humanas serán incalculables, y de las que todos seremos responsables de una u otra manera.
Si de algo podemos estar orgullosos en España es de nuestros investigadores. Puedo poner muchos ejemplos, pero me bastará como nombrar varias comunidades en dónde distintos equipos en diferentes instituciones están realizando una carrera titánica por ganarle la batalla al cáncer. Pero también a una eterna lista de enfermedades crónicas, autoinmunes y neurodegenerativas que están haciendo la vida imposible a millones de españoles, y en dónde la industria farmacéutica ha llegado a un límite.
Asturias, Navarra, Comunidad de Madrid, Valencia o Andalucía. Me reitero en lo que ya tantas veces se ha dicho. Un país que se precie de tal tiene que pasar inevitablemente porque sus investigadores estén bien servidos a todos los niveles.
Hace unos años un conocido investigador y médico gallego, asentado en Gijón, me decía que sintió rabia e impotencia cuando fue a visitarle una persona afectada por la ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), una enfermedad letal. Esta persona, en una evidente maniobra de desesperación, le visitó porque quería entrar en un protocolo ensayos clínicos con células madre. «Se me acaba el tiempo», le dijo textualmente. El investigador, con todo su dolor como persona y como científico, se vio obligado a desestimar su petición, dado que en ese momento las investigaciones que él estaba llevando a cabo todavía estaban muy incipientes. Casos como éste, seguro que encontramos miles. Es la cara más áspera de la realidad que cada día están viviendo miles de personas que ven cómo la industria farmacéutica cada vez puede hacer menos con ellos. Este botón de muestra sirve para ilustrar el día a día de nuestros investigadores que, en reiteradas ocasiones, ven cómo se ralentizan sus líneas de investigación por una manifiesta y venenosa falta de recursos económicos. Muchas veces aderezadas con el tufillo de la política más artrítica y demagógica.
La pandemia de la Covid-19 ha demostrado que cuando vienen mal dada, si se unen fuerzas, si hay consenso y escucha atenta, todo es mucho más fácil. Es el camino. ¿En qué periodo de tiempo se resolvió el tema de las vacunas? Ahí tenemos un buen ejemplo…
En época de recesión resulta un insulto y un menosprecio que se recorte en materia sanitaria y en I+D. Es un insulto a la sociedad. Así de claro. Entérese, aunque se pasee por la alfombra azul de los Premio Goya acompañado de sus ministras que, en algunos casos, en realidad, son como dice la canción, «mi peor enemigo».
Déjese de bobadas y póngase ya manos a la obra. No dé pie a que sigamos las recomendaciones que en cierta ocasión realizó un prestigioso médico asturiano a un grupo de pacientes. Les llamaba a la sublevación frente a los recortes. Les invitaba a movilizarse socialmente si les quitaban sólo un ápice de los logros obtenidos hasta la fecha.
Se puede recortar en subvenciones públicas, en empresas estatales, en asesores, en traslados suntuosos en Falcón, cuando perfectamente se puede viajar en Alta Velocidad. Pero mutilar aspectos relacionados con la salud pública o con la investigación es un ultraje y un menosprecio a las personas con enfermedades crónicas. Un desaire a la sociedad española en su conjunto.
Ojalá no lleguemos a ese punto, aunque los vientos que soplan no son favorables. Esperemos que nuestros ilustres dejen de una puñetera vez de colocar barricadas a nuestros investigadores y, por el contrario, estimulen, apoyen, incentiven, financien y consoliden todas las líneas de investigación que actualmente se están gestando en nuestro país. Los enfermos, todos, sin distinciones, ni diferencias de ninguna clase, lo agradecerán. Habremos puesto una primera piedra en la construcción de una sociedad más justa, más equilibrada. Ese día, España será aún más moderna y más democrática de lo que es hoy. No tengo ninguna duda.
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