Por casualidad me he tropezado en twitter con una ‘carta al director’ en un periódico andaluz. En realidad se trataba de una carta a la Consejera de Salud de la Junta de Andalucía y al director del Hospital Ruiz de Alda de Granada.
La carta no tiene desperdicio. Hay actitudes que no se pueden consentir nunca. Menos todavía entre el personal médico y sanitario. Si algo les caracteriza a estos profesionales es la empatía, la solidaridad, el compromiso, la entrega… Para ser un sanitario o un médico, primero hay que ser persona. Esto es indiscutible. Cuando un sanitario o un médico demuestra que no tiene estos valores sólo le queda un camino: colgar la bata o el mono blanco (o verde). Dedicarse a la recolección del azafrán, a colección bonsáis, o a la pesca del jurel… por poner unos ejemplos. Pero no pueden continuar ejerciendo su actividad profesional ni un minuto más.
La carta es un canto al conformismo de un hijo que ha visto cómo ha fallecido su madre a consecuencia de una negligencia médica cocida en el caldo del desprecio y de la falta de respeto más absolutos.
La madre del titular de esta carta es hospitalizada en el hospital de referencia a consecuencia de una retención de líquidos. Cuando su hijo la visita en el propio Servicio de Urgencias se la encuentra francamente mejor, con un respirador, y con buen aspecto. Al día siguiente es trasladada a planta sin respirador. Y empeora notablemente. Su hijo solicita hablar con el Servicio de Neumología al objeto de pedirles que le vuelvan a colocar el respirador, dado que con él puesto se ha comprobado que la mejoría es notable.
Sobra comentar que un respirador no deja de ser una máquina que realiza la ventilación pulmonar por el propio paciente. También ayuda a realizarla en pacientes que están sufriendo insuficiencia respiratoria aguda.
Después, una neumóloga le dice al protagonista de la carta que su madre «es muy mayor -96 años-, que es obesa y que sólo dispone de un respirador, y está reservado en el servicio por si entra alguien más joven que lo necesitase». Por tanto se negaba a su petición. Todo ello, como es de suponer, aderezado con cero gramos de empatía, solidaridad, compromiso y respeto hacia la paciente y hacía su hijo. Una vergüenza absoluta. Una falta de respeto total. Una manifiesta negligencia. ¿Está rozando el delito? Probablemente sí.
El hijo de la fallecida, seguramente, fruto del desconsuelo y del bloqueo que supone perder a tu madre en unas circunstancias así, no añade nada más a la carta. Pero ya estamos los demás para hacerlo en su nombre. Es ‘demasiado educado’ en la carta.
Estas situaciones no se pueden permitir. Nunca. Un profesional médico o sanitario jamás puede hablar en esos términos a la familia de un paciente. Se trata de respeto, de educación, de empatía… de valores.
Al hilo de esto haré alguna reflexión.
Esta situación, al margen de las palabras de la neumóloga, también nos tiene que llevar a otra realidad. La necesidad urgente de inversión en sanidad. Si la pandemia ha destrozado la atención primaria, también ha devorado todos los recursos. Por eso es de vital importancia la necesidad de una férrea inversión en sanidad, totalmente alejada de siglas políticas. El gobierno que salga de las urnas el 26J no le quedará otro remedio que afrontar este reto. Sin inversión no tenemos una sanidad de calidad.
A la neumóloga que se osó a hablar en esos términos le preguntaría. Si en vez de ser la madre de José Luis, fuera su madre, su suegra, su abuela o su tia. Sí, también con 96 años y obesa ¿también guardaría el respirador por si llega un paciente más joven?
Llamémosle ética, decencia, responsabilidad, profesionalidad. En resumen, ser persona. Ella demostró no serlo. En consecuencia, no puede seguir ejerciendo la medicina. Así de sencillo.
