nutrición

Hablando de dietas ricas en Omega 6

Igual que sucede con el Omega 3, los ácidos grasos Omega-6 son esenciales en una alimentación saludable, y, lógicamente, para tener una buena salud. Por eso, deben incluirse en una dieta equilibrada. Lo interesante es hacerlo correctamente respecto a los Omega 3.

Fotografía: Dietética Melero

Cada vez se habla más, y no faltan las razones, de los beneficios de incluir ácidos grasos omega 3 en la alimentación. Los omega 6, por su parte, pasan más desapercibidos al ser considerados de forma equivocada como menos saludables. Mariola Melero es bióloga, nutricionista y miembro de la Academia Española de Nutrición y Dietética. A este respecto señala que el omega 6 (AGPI n-6) pertenece a la familia de los ácidos grasos poliinsaturados, junto a los omega 3 (AGPI n-3). Ambos ejercen importantes funciones en la salud humana, con efectos antagónicos, pero necesarios.

Ambas familias de ácidos grasos presentan, a su vez, distintas formas de ácidos grasos poliinsaturados. En la familia de los omega 3 encontramos el ácido α-linolénico (ALA), el ácido eicosapentaenoico (EPA) y el ácido docosahexaenoico (DHA). En la de los omega 6 están el ácido linoleico (LA), el ácido dihomo-γ-linolénico (DGLA) y el ácido araquidónico (AA). Si nos paramos a pensar estas siglas son frecuentes en los envases de algunos alimentos con ácidos grasos ‘saludables’ y no siempre tenemos claro a qué se refieren.

Mantener una ingesta adecuada de alimentos ricos en ambos ácidos facilita que se optimicen funciones biológicas fundamentales para el organismo. El omega 6 interviene en el mantenimiento de las estructuras celulares, la salud cardiovascular y la salud cerebral, entre otras funciones. “Los compuestos derivados del omega 6 están implicados en la inflamación, la agregación plaquetaria y la vasoconstricción (estrechamiento de los vasos sanguíneos), mientras que los de omega 3 inhiben la inflamación y la agregación plaquetaria y promueven la vasodilatación (dilatación de los vasos sanguíneos)”, comenta la nutricionista.

Respecto a esa mala reputación de los omega 6, la comunidad científica afirma que debemos desterrarla. Su consumo no solo no es nocivo, sino que va a ayudarnos frente a determinadas enfermedades. “El aporte de omega 6 es tan importante como el de omega 3. El problema está en que en la actualidad hay un consumo desproporcionado del primero. Los omega 6 tienen un carácter proinflamatorio y esto es necesario para el buen funcionamiento del organismo”.

La dieta occidental mal entendida suele suponer un consumo excesivo de los omega 6 y un consumo escaso de los omega 3. “Este desequilibrio nos lleva a un estado de inflamación continua que nos perjudica, mucho más cuando además hay enfermedades o condiciones de salud que empeoran con el aumento de las señales internas de inflamación”.

Para tener una buena salud, las ingestas de ácidos grasos omega 6 y 3 deben mantener una proporción concreta. Es lo que se conoce como ratio del omega 6 y omega 3. Las recomendaciones científicas han establecido un ratio en torno al 5-1; es decir, 5 gramos de omega 6 por cada gramo de omega 3.

Fotografía: Atida

Y ese es el problema: que hace mucho que esas proporciones distan mucho de ser las correctas. En el último siglo, los países occidentales hemos aumentado el consumo de grasas omega 6 de forma desproporcionada. “Sobre todo, hemos disparado el consumo de aceites de semillas o de palma, muy habituales en alimentos procesados. A la vez, se ha ido reduciendo el consumo de omega 3″, señala Melero.

En la actualidad, algunos estudios han observado patrones dietéticos ricos en alimentos procesados que revelan que por cada 20 gramos de omega 6 se ingiere solo 1 gramo de omega 3. En algunos países del sur de Asia se han observado ratios de 50 gramos de omega 6 por solo 1 gramo de omega 3. Este desequilibrio desajusta los mecanismos de inflamación y antiinflamación del cuerpo humano. “Esta desproporción posiblemente haya contribuido más que cualquier otro factor dietético al aumento significativo de la prevalencia de la inflamación sistémica y de los tejidos corporales, así como del sobrepeso y la obesidad. Todos estos factores de riesgo conducen al desarrollo de enfermedades coronarias, hipertensión, cáncer, diabetes tipo 2, artritis y otras patologías autoinmunes y posiblemente neurodegenerativas”.

Es una evidencia científica contrastada. Los ácidos grasos omega 6 no tienen contraindicaciones en su cantidad adecuada. Como todos los nutrientes, cuando están en equilibrio con los demás y en el contexto de una dieta equilibrada, no tienen efectos contraproducentes para la salud.

Los omega 6 los encontramos en:

  1. Ácido linoleico (LA): aceites vegetales (girasol, cártamo, maíz, semilla de algodón, soja, coco y palma), semillas y frutos secos (uva, colza, amapola, cáñamo y almendra), nueces (nueces de Brasil, nueces, piñones y avellanas)
  2. Ácido gamma- linolénico (GLA): aceites de semillas de onagra, borraja, grosella negra
  3. Ácido araquidónico (AA): Grasas animales (carnes y derivados, lácteos)
Fotografía: @iStock

Cuando se habla de ácidos grasos, o, usando el lenguaje de la calle, cuando hablamos de grasas, saltan las alarmas sobre si los alimentos que llevan este tipo de grasas engordan. Error. Un temor infundado que nace en las campañas anti obesidad de los años 80 que demonizaban los alimentos con grasas para vender productos light bajos en grasas.

Los alimentos ricos en omega 3 (pescados grasos, mariscos, nueces, semillas de lino, chía), así como aquellos que aportan omega 6, dentro de una dieta equilibrada, no producen un aumento de peso. “Es más, estas grasas se integrarán en las membranas celulares de los tejidos, ejerciendo sus funciones beneficiosas para el organismo. Ahora bien, una dieta con un exceso de energía favorecerá el aumento de peso, ya que ese exceso se almacenará en forma de grasa”, aclara la doctora Melero. La clave para no aumentar de peso y aprovechar los beneficios de estos nutrientes está en la moderación y en respetar la mencionada ratio. De lo contrario, un consumo muy elevado de omega 6 sobre 3 se ha demostrado que el estado fisiológico normal puede derivar a uno protrombótico; es decir, a un estado con probabilidad de que se formen fácilmente coágulos en el organismo, y proagregatorio, que producirá un aumento de la viscosidad de la sangre, haciendo que se contraigan y se estrechen los vasos sanguíneos y que finalmente se produzca un bloqueo del flujo sanguíneo a través de ellos.

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