Ramón y Cajal, el gran científico aragonés

Tal día como hoy hace 173 años nació Santiago Ramon y Cajal, el gran científico aragonés. La medicina, y más particularmente, la neurociencia le debe mucho. En el año 2023, con motivo de esta efeméride se publicó en este portal un artículo que reproducimos integramente a continuación:

 

 

Petilla de Aragón es un pequeño municipio navarro pero vinculado a Aragón por todos los poros de su piel. Tal es la unión con el territorio aragonés que uno de sus más ilustres petilleses es aragonés. Me refiero a Santiago Ramón y Cajal. Hoy se cumple el 171 aniversario de su nacimiento.

Fotografía: @BIOGRAFÍAS
Santiago Ramón y Cajal

El año pasado escribí tal día como hoy en este mismo espacio: «Fue pionero en la descripción de las diez sinapsis que componen a la retina. Mediante sus investigaciones sobre los mecanismos que gobiernan la morfología y los procesos conectivos de las células nerviosas, desarrolló una teoría nueva y revolucionaria que empezó a ser llamada la «doctrina de la neurona», basada en que el tejido cerebral está compuesto por células individuales. Humanista, además de científico, está considerado como cabeza de la llamada Generación de Sabios. Es frecuentemente citado como padre de la neurociencia».

No hay ninguna duda. Como el otro día decía Ignacio Morgado Bernal muy acertadamente, en el diario El País, reunió todos los ingredientes de de la genialidad: fue inventor y descubridor, pero también, por encima de todo, fue un gran pensador, uno de los mayores científicos teóricos de todos los tiempos.

Estamos muy acostumbrados a verlo frente al microscopio. Pero su grandeza no radica en ver lo que vio, sino en intuir lo que pudo deducir a partir de ello, sin que las técnicas disponibles en su tiempo se lo permitieran.

Cuando comenzó sus estudios de medicina en la Universidad de Zaragoza apenas había información del sistema nervioso. Tampoco de la trascendencia que tendría su actividad. Ramón y Cajal se adentró en su estudio que fue como penetrar en una jungla. Al mirar al microscopio cualquier porción del tejido nervioso lo que se observaba era una confusa y fascinante maraña de enrevesadas y complejas estructuras.

El científico italiano Camillo Golgi había descubierto una importante técnica para teñir ese tejido y hacer que sus componentes individuales fuesen más visibles al microscopio. Sus observaciones y las de otros científicos de la época le hacían creer que el sistema nervioso era como una malla o red de infinidad de elementos fibrosos que se continuaban unos en otros. Ramón y Cajal conoció en Valencia ese método de tinción celular de Golgi de la mano del también neurocientífico y psicólogo Luís Simarro. Lo mejoró. Lo aplicó en tejido nervioso de diferentes animales.

Fotografía: @NatGeo
Una muestra con dibujos de Santiago Ramón y Cajal

Las observaciones que realizó Ramón y Cajal estaban dirigidas por su obsesión de conocer no sólo la forma y estructura del sistema nervioso, sino también su funcionamiento. Con extremada habilidad mejoró el método Golgi y lo aplicó al tejido de embriones de aves, cuando el cerebro está todavía formándose. De sus propias conclusiones concluyó que entre célula y célula habría un espacio real, de tal manera que el sistema nervioso lejos de ser una red estaría formado por miles de millones de células individuales muy próximas entre sí. Toda una revolución en el mundo de la neurología y la neurociencia. Es lo que posteriormente se llamaría sinapsis, el minúsculo espacio a través del cual una neurona se comunica con otra.

Uno de sus momentos ‘cumbres’ tuvo lugar en Londres en 1884. Se trasladó hasta allí invitado por la Royal Society. Habia acudido a la capital británica a impartir la Croonian Lecture, su principal conferencia anual sobre biología. Allí, ante una audiencia integrada por eminentes científicos, postuló que el aprendizaje podría ser el resultado de un enriquecimiento de las conexiones nerviosas entre las neuronas y de la aparición de nuevos brotes e incluso de nuevas terminaciones en las células del cerebro. El “poder intelectual”, dijo, podría depender no tanto del tamaño o número de células de cerebro como de las conexiones entre ellas, de la riqueza de los procesos conectivos.

En aquel momento aquella tesis era sólo una hipótesis muy atrevida y difícilmente contrastable. Pero encandiló al mundo científico europeo. Era la primera vez que alguien intuía y se atrevía a proponer lo que puede pasar en el cerebro para que seamos capaces de aprender y recordar.

golgi camilo
Camillo Golgi

Ramón y Cajal había llegado a esas conclusiones tras observar los brotes o espinillas que surgen de las neuronas. Explicó que esos brotes, a los que llamó espinas dendríticas (hoy las llamamos simplemente dendritas), pues le recordaban las espinas de los rosales, podían ser elementos necesarios para formar nuevas conexiones cuando aprendemos o realizamos ejercicio intelectual, que compartió con el propio Ramón y Cajal el Nobel en 1906, pensaba de otro modo. Creía que las espinas dendríticas descubiertas por Cajal no eran otra cosa que artefactos o defectos ópticos de los rudimentarios microscopios de su tiempo.

Tal y como pone de manifiesto la inteligencia artificial, un cerebro estructurado en forma de red nunca podría tener la capacidad de un cerebro formado por células individuales interconectadas de manera compleja donde cada conexión entre ellas, cada sinapsis, funciona como un pequeño centro de decisión subordinado y combinado con las 10¹⁴ interconexiones entre neuronas que puede llegar a haber en todo el cerebro humano.

Ramón y Cajal andaba detrás de esa pista. Pero tuvieron que transcurrir diez años de su fallecimiento para que ello fuera realidad. En 1944 Rafael Lorente de Nó, uno de sus más destacados discípulos, publicó en Estados Unidos un importante trabajo científico en el que, en sintonía con los postulados de su maestro, decía que el cerebro contiene numerosos circuitos donde las neuronas se interconectan recíprocamente unas con otras. Ese trabajo fue determinante para que otro gran neurocientífico, el canadiense Donald Hebb, postulara la “plasticidad asociativa”. Se trata de un mecanismo que permite a las neuronas modificar su morfología y metabolismo en función de su actividad. Asi se logra que sean más potentes para comunicarse entre ellas y producir las funciones mentales.

Todos estos postulados fueron el caldo de cultivo para que el 6 de mayo de 1999, Nature, para muchos la primera revista de Ciencia del mundo, daba la siguiente noticia:

Hace unos 100 años, Santiago Ramón y Cajal propuso que el sustrato nervioso para el aprendizaje y la memoria era el reforzamiento de las conexiones, o incluso la formación de nuevas conexiones, entre células nerviosas. Ahora tenemos la confirmación definitiva de que tal cosa ocurre. La formación de nuevas espinas ha sido observada tras la potenciación a largo plazo y eso debería decirnos mucho más sobre cómo el cerebro almacena la información de un modo permanente.

Fotografía;: @rtve
Santiago Ramón y Cajal

Lo que Cajal había intuido pudo ser visto entonces directamente en el Instituto de Neurobiología Max-Planck, de Munich, por los científicos Florian Engert y Tobias Bonhoeffer. Gracias al uso de sofisticadas técnicas de microscopia que mostraron los brotes de nuevas espinas en las neuronas estimuladas del hipocampo. Estamos ante la confirmación definitiva de los postulados de Ramón y Cajal sobre la plasticidad del sistema nervioso y la memoria.

Las espinas no eran defectos ópticos como creía Golgi. El científico aragonés lo supo antes que nadie. De sus observaciones microscópicas intuyó también el lugar por dónde las neuronas reciben y envían la información que procesa Imaginó que los objetivos neuronales podrían liberar sustancias químicas que atrajesen y guiasen la formación de conexiones, ayudando a las neuronas a encontrar su camino cuando se forma el sistema nervioso en los embriones.

Como se puede observar, Santiago Ramón y Cajal fue un adelantado a su tiempo. De hecho, se adelantó a sus contemporáneos por lo menos un siglo en la comprensión de la estructura y el funcionamiento del sistema nervioso.

Volviendo a la publicación que redacté el año pasado, ciertamente la mejor ciencia que hoy se escribe se le debe a él. Un valor para Aragón y para España. En un momento que se tiende a despreciar lo que realmente importa, figuras como Ramón y Cajal, que no viven en twitter, tienen más valor que nunca, y es imprescindible reivindicar su legado y su obra. Fue un revolucionado de la medicina, a quien hay que recordar hoy y siempre. Su legado es infinito, y hoy la neurociencia ha llegado hasta dónde ha llegado gracias a él y a sus trabajos. Poco más que añadir. Bueno sí… A las figuras como él no hay que dejar de leer ni de estudiar. Nunca.

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