Trabajar en una isla perdida en el océano: «Te hace ser previsor»

El botiquín de la isla de La Graciosa garantiza el suministro de medicamentos a sus 700 habitantes

El viento arrecia en las tranquilas calles de Caleta del Sebo. La arena de sus calles sin asfaltar golpea contra las blancas fachadas de la localidad, el único núcleo de población de importancia en La Graciosa. A penas 700 vecinos residen todo el año en el enclave, acompañados por la visita esporádica de los visitantes que saltan a la isla desde la cercana Lanzarote. La calma forma parte del estilo de vida del lugar y principal reclamo para el turismo. Una apacibilidad que proviene del aislamiento al que se enfrentan los habitantes de la ínsula. Entonces, la relajación se convierte en falta de servicios. El mar, en frontera. No obstante, al igual que los alisios encuentran espacio para recorrer el níveo callejero, también lo hace la sanidad. Los gracioseros cuentan con consultorio local. También está garantizado el acceso a medicamentos. Y es que la tierra también choca contra el verde del botiquín insular.

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